Un viaje por el Día de Muertos en Ciudad de México que solo México podría imaginar
El motor ruge.
No es una película, pero lo parece.
Ciudad de México está más viva que nunca, incluso cuando celebra a los muertos.
El chofer enciende el estéreo: suena una vieja canción de Chavela Vargas mientras el tráfico se mueve como una procesión moderna de luces y cláxones. A su lado, un viajero observa por la ventana, hipnotizado por los altares en cada esquina, por los rostros pintados como calaveras que ríen sin miedo.
Porque aquí, en México, la muerte no da miedo… da motivo.

El aire huele a cempasúchil, pan de muerto y misterio.
El destino: Mixquic, uno de los sitios más emblemáticos para vivir el Día de Muertos en CDMX.
El conductor sonríe.
“¿Listo para conocer a los que ya se fueron?”, dice con ese humor entre solemne y burlón que solo el mexicano entiende.
Y ahí va la camioneta, cruzando avenidas que parecen escenas de un guion que Tarantino amaría:
- Un altar improvisado en una taquería.
- Una abuela rezando junto a una botella de tequila.
- Un grupo de jóvenes riendo mientras se maquillan de calaveras.

Todo es color, caos y devoción.
Todo vibra al ritmo del corazón mexicano.
La cámara. Si esto fuera cine. Haría un close-up al rostro del pasajero: una lágrima, una sonrisa, una mezcla de nostalgia y asombro.
No entiende todo, pero siente todo.Porque el Día de Muertos en México no se explica, se vive, se maneja, se recorre.
Y ahí está la magia:
en el camino, en el viaje, en las historias que se cruzan entre semáforos y veladoras.
La madrugada lo acompaña.
Las calles están tranquilas, pero no vacías: las sombras parecen saludar desde las banquetas, como si los que partieron también hubieran disfrutado del paseo.
El chofer apaga el motor, mira al pasajero y dice:
“¿Vio? Le dije que no todos los viajes son de ida.”Y entonces, entre el humo del escape y el último brillo de las velas, se entiende todo:
En México, cada ruta cuenta una historia… incluso las que van al más allá.





